lunes, 17 de febrero de 2014

Hapiverdituyú



A diario buscamos en calendarios el previo aviso a sucesos que recuerdan que el paso del tiempo intangible hace mella destiñendo sueños y anunciando la llegada de una muerte ineludible. Días que no alcanzan, meses que se aceleran y siempre estamos subidos en esa bicicleta del tiempo que sin freno nos lleva en un viaje sin estaciones, recolectando banderillas en el camino que representan los logros conseguidos, viajando a una velocidad tal que si por agotamiento miramos atrás, inevitablemente muchas banderillas quedaran sin recolectar perdiendo la oportunidad de regresar por ellas.  Ruedas veloces de las que no nos permiten descender.

Pasamos, además, buscando una medida de tiempo que nos permita calcular cuánto hemos dejado de hacer o que tanto hemos conseguido, y esa unidad de medida de tiempo que nos genera tranquilidad se llama año... Por qué no segundos? Por qué no horas? Por qué no días? Por qué no meses? Por qué no decenios? Por qué no siglos? Celebramos el paso de los años y nos colgamos esos dígitos cual trofeo, sin comprender a veces que eso que celebramos no es más que el anuncio sin sentido de eso que pasa mientras leemos esto, mientras dormimos, mientras nos miramos.

Un año, diez años, veintidós, veinticuatro años, eso que importa. Existen quienes a los 70 nada han conseguido y otros que a mitad de camino ya gritan las venturas de su ser imparable que cada día sube escalones de éxito. Pero y entonces que son los años? Y que el éxito? Creo que responder eso no tendría sentido, pues estaría definiendo la vida con tan solo un par de líneas lo que sería inadmisible.

De lo que me es permitido hablar es de la solidez con la que el ser humano se siente atraído hacia continuas celebraciones en las que se ventila la felicidad de un periodo de tiempo vivido y consumado, de unas compañías ganadas, de unos dineros ahorrados, de nuevas metas cumplidas, y en fin, una cantidad de motivos que se hacen públicos y se exhiben como muestra de unos años bien vividos. Lo que cuestiono es por qué para demostrar afecto hemos llegado al punto de necesitar reglas relojes y permisos, un montón de excusas marcadas en calendarios con títulos como cumpleaños, que solo hacen que un te quiero sea obligatorio, que un regalo sea necesario y que una llamada sea indispensable. Yo incluso me sumo a esa masa de gente corriente en un día como hoy, tu cumpleaños, y alardeo hoy de mis deseos por celebrarte esos seiscientos noventa y cuatro millones trescientos diez mil cuatrocientos segundos de vida y otros tantos que no podría calcular exactamente (más o menos) y ponértelos como trofeo. Te quiero!

Hapiverdituyú!

I=-/I 4



Sus vidas en una unión indeleble e invisible para todos.  
Sonreían a menudo regalándole al día un sabor a helado de chicle.

Mago, ella siempre tuvo claro que su vida con él era más feliz, pero nunca comprendió ese sentimiento que se consolidaba con cada mirada. Pasaban los días y ambos buscaban estar juntos, querían salir, tomar un café, mirar el mismo cielo, cruzar las mismas calles y regalarse la eternidad.

Pero para ella una locura se concebía cada que estaban tan cerca de un beso y su temor se lo avisaba, el viento que rozaba su sensibilidad era el portador de imágenes inadmisibles que la llevaban a evitar la catástrofe de besar a tu chico. Pero por qué una catástrofe? Quizás porque mi chica aun no comprende el amor. Fueron muchas entonces las ocasiones en que con tan solo un pequeño roce ella huía a refugiarse en la tranquilidad de un suspiro y en el temor de construir una amistad finita, pues ella lo quería hasta el mismo infinito.

Aún recuerda una tarde caminando a tomar un bus en el centro de la ciudad de la mano de tu chico, una despedida que de forma inesperada fundió dos besos convirtiéndolos en casi uno solo con una cercanía entre labios como nunca. Un beso de despedida tan eterno, viajo con ella durante un tiempo casi interminable, un beso que disipaba el ruido de los autos, el frio de la vecina noche, el temor de la maldad, el sueño, el hambre... todo, solo existía en sus pensamientos el recuerdo de ese beso y la incertidumbre de lo que pudiera haber cambiado si la distancia se hubiese acortado en tan solo milímetros. Pero ya no podía saberlo y solo se reflejaba en su mirada perdida el desasosiego de quien tiene mil sentimientos encontrados.

Te cuento mago Elminster que no es egoísmo el haber pretendido suponer que no existía más que una amistad como todas ni tampoco lo era el hecho de hacer pensar que restaba importancia a las demostraciones y palabras de tu chico.

Tu chico siempre quiso complacerla, deseó regalarle el cielo y lo hizo, quiso construirle un mundo perfecto y ahora ella no soporta la imperfección, intento enamorarla y lo hizo sin esfuerzo, la sumió en su mundo. Le enseñó a plasmar sus sentimientos en papel regalo, a disfrutar el aroma de una flor imaginaria, a reconocer el perfil de ese amor desconocido, a crear un mundo con colores nunca antes vistos, colores innombrables, a describir el sabor de una mirada, el color de un beso, el tamaño de un sentimiento, la textura de un suspiro, la temperatura de una sonrisa... su mundo era otro, su mundo era una historia que inventaba a diario con la perfección posible que solo aquel protagonista podía tener en su vida a lápiz. Le quería, le amaba.

jueves, 6 de febrero de 2014

I=-/I 3



Mago Elminster, he recibido tus historias que he tardado en completar o responder. No quise importunar con mi respuesta, pues claramente resumir sucesos en una hoja de papel y que trasmitan sentimientos no es un arte fácil de practicar. No soy buena pero quisiera contarte la historia que he descubierto en mi chica, en su alma, en su corazón, aquello que me ha contado y aquello que me ha permitido descubrir. 

Un sábado de navidad se conocieron.  Una acera que recibe un trago de tequila, unas cuantas rondas por un parque poblado de gente infeliz que grita y camufla sentimientos con sonrisas forzadas, colecciones de saludos de mano y de besos recibidos y dados a todos aquellos conocidos que durante años desaparecen tras sueños aplazables. Una noche de risas y coquetería, de tequilas y brindis, de compartir con amistades viejas y nuevas. Una nueva amistad se funde esa noche para comenzar a moldearse. 

Son ellos, la chica de la mirada de ángel y aquel ángel venido para amarla. Tu chico y mi chica.  Ella y él. Una noche en la que conocer gente es sencillo. Una noche de celebraciones mundanas. Una noche en la que el reencuentro es tan fácil pero poco reconfortante en la mayoría de ocasiones porque pasan desapercibidos o tan rápidos cuál velocidad de la luz. Los unió un destino, los unió un amigo comodín. Él. Él tan normal, tan amigo, tan amable, tan sonriente, tan común. Tan él. Ella. Ella tan normal, tan amiga, tan amable, tan sonriente, tan común. Tan ella. Ambos tan ellos.

Esa noche se divirtieron todos pero nadie sospechaba lo que comenzaba a construirse allí, mago Elminster. Era insospechable al ojo humano aquello que se estaba tejiendo. Una amistad tan simple como comienzan la mayoría, con amabilidad, sonrisas, un par de miradas y solo en par de veces un cruce de palabras con preguntas poco importunadas. Todo tan normal. Tan superficial.

Con los días compartían más, se reunían todos para salir, jugar, escuchar música, tomar un café, un vino, una cerveza, un tequila. Todos, allí ella, allí él. Cada uno ya reconocía la sólida presencia del otro como augurio de un futuro armonioso. Se extrañaban, se necesitaban. Ya los días aunque lluviosos parecían soleados, las noches aunque frías se percibían tan cálidas, los días de tristeza se disipaban y las alegrías se multiplicaban. Ella para él y él para ella. Ahora una amistad ya no tan común.

Su sonrisa la llenaba, eso me ha dicho, aunque he descubierto más de lo que ha dicho. Sus palabras son firmes y claras pero solo cuando deciden fluir. Incluso discute con las que le definen su ser y sus sensaciones pues parece que ellas prefieren ser escritas antes que pronunciadas.

Ya cruzaban más que palabras sensaciones, emociones, gustos, experiencias. Compartían su vida su tiempo y sus sueños.




Con cariño
HADA DEL VIENTO
I=-/I
 

PENÉLOPE



Era una mañana con aroma a tristeza como todas. A Penélope nada le hacía sentir que sus días tenían color de sol. Nada podía reconocer como suyo, nada podía disfrutar con inocencia y pasión como cuando era niña, nada podía hacerle latir fuertemente su corazón, nada podía hacerle destilar brillos particulares de su boquita color manzana y sus ojos color chocolate, excepto la mirada perdida de aquel ser del que ignoraba por completo su existencia.

-Llegará a quererme algún día?- preguntaba Penélope a una hoja amarilla que caía de aquel guayacán

-Mi niña, el día que su mirada se cruce con la tuya no podrá olvidarte, son tus ojos reflejo de amor puro—contestaba la hoja mientras danzaba con el viento

-Y cuando será eso? Deberé tener paciencia?

-Es probable niña que debas regalarle tus domingos a la espera que debe ser continua, los cabellos que hoy se mecen con tu caminar. La textura de tu piel deberás arriesgarla y también por qué no la belleza que hoy irradias. Es la espera para pacientes y el amor para valientes.