jueves, 6 de febrero de 2014

PENÉLOPE



Era una mañana con aroma a tristeza como todas. A Penélope nada le hacía sentir que sus días tenían color de sol. Nada podía reconocer como suyo, nada podía disfrutar con inocencia y pasión como cuando era niña, nada podía hacerle latir fuertemente su corazón, nada podía hacerle destilar brillos particulares de su boquita color manzana y sus ojos color chocolate, excepto la mirada perdida de aquel ser del que ignoraba por completo su existencia.

-Llegará a quererme algún día?- preguntaba Penélope a una hoja amarilla que caía de aquel guayacán

-Mi niña, el día que su mirada se cruce con la tuya no podrá olvidarte, son tus ojos reflejo de amor puro—contestaba la hoja mientras danzaba con el viento

-Y cuando será eso? Deberé tener paciencia?

-Es probable niña que debas regalarle tus domingos a la espera que debe ser continua, los cabellos que hoy se mecen con tu caminar. La textura de tu piel deberás arriesgarla y también por qué no la belleza que hoy irradias. Es la espera para pacientes y el amor para valientes.

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