domingo, 29 de septiembre de 2019

TOO SHORT AND INTENSE


Querido, he escrito un par de veces pensando en tí. No tienes que leerme, pero si algún día deseas hacerlo, te sugiero que lo hagas al son de: Come fly with me de Frank Sinatra.


Escrito a dos días de tu partida, irrelevante:     "A gente esquece os amantes num piscar de olhos" leí hace años en las páginas un precioso libro de Isabel Allende. Hoy me siento a desear que esta siga siendo una realidad ineludible, pues no quisiera que mi historia contigo se transforme en un recuerdo tan vivo que me llene de melancolía incontables noches. Cuando fui adolescente viví todo con prudencia pero de forma un tanto intensa, sin mirar al futuro, sin temor a las decepciones, llena de confianza en mí, impulsada por explorar, por conocerme. Sin embargo, un día percibí que había comenzado a vivir, sin darme ni cuenta, con más temores y egoísmo, entregando poco, siempre con aires de insensibilidad, con periodos enormes de soledad y otros cuantos al lado de personas que no podían comprenderme o encenderme. 

A nueve días de tu partida, esto que había escrito aún me pone un tanto melancólica: 
    Lo sé bien, no te conozco, no podría siquiera predecir lo que se te pasa por la mente cuando me recuerdas, si es que lo haces. Sé que no podría describir lo que sentiste al conocerme, al mirarme, al estar conmigo, pero puedo hablar de mí, de mí cuando estuve contigo, con esa parte tuya que logré tocar. Todo comenzó el 16 de septiembre con ese primer abrazo que tornó cálida esa noche de invierno, y desde ese instante no pude dejar de sonreír ni un solo segundo. Sonreí al sentir aquel abrazo que me rodeaba cuando te detuviste a observar la bahía siendo iluminada por una luna increíble, enorme y brillante. Sonreí levemente cuando me tomaste de la mano mientras te escuchaba curiosa hablar de tus historias y experiencias en el último viaje. Sonreí cuando me señalaste Ingolstadt en el mapa, el campo en el que vive tu familia, fotos de tus padres, hermanos y hermanas, tus cuñados y sobrinos. Sonreí al poder ver fotos de tu apartamento antes de tener la cocina lista, o cuando cenabas rodeado de tu familia. Sonreí emocionada al mirar vídeos tuyos tocando piano y órgano, un espectáculo para mis ojos, pero sonreí mucho más cuando mirándote fijamente a los ojos sentía que algo dentro de mí se encendía. Sonreí al caminar abrazados por las calles de Valpo mientras contemplándote te escuchaba decirme que yo te gustaba, y yo, derretida intentando encontrar un error en mi traducción con mi mal inglés, solo quería besarte, y tal vez pudiste verlo, pues mis ojos me delatan. Sonreí al escuchar que te gustaba mi sonrisa, y mucho más cuando dijiste que te podía visitar en Alemania, lo llegué a imaginar. Y llegó, ese momento en el que al fin me besaste con una intensidad que me hizo perder el control. No pude dejarte ir, no pude soltarte esa noche, no pude resistirme al delicioso placer de seguir teniéndote para mí por esa noche, y ni que decir de todas las horas en las que sin descanso nos disfrutamos. Te disfruté cada segundo, te escuché, vibré contigo y con lo que de ti descubría. Me derretí entera cuando desnudo, abrazándome fuerte, con una fuerza para mí desconocida, me preguntabas qué sentía y me pedías que me quedara. No sabes lo mucho que quise tornar esa noche eterna. Te miraba profundamente deseando inmortalizar tus gestos y el brillo de tus ojos, y te besaba lentamente queriendo recordar por siempre el sabor de tus labios, el aroma de tu piel, la textura de tu cabello. Fuiste todo lo que tenía y quería por esa noche, sí, por esa noche fuiste lo único en lo que podía pensar, pues sabía que sería, probablemente, la única noche que te tendría, y así lo fue. 

    Tuve la suerte de verte de nuevo la última tarde de inverno del año y, sinceramente, esperaba con todas las fuerzas de mi alma descubrir que te estaba ensalzando sin motivo, que no eras más que un chico común y corriente que no me despertaba nada y que ese sentimiento tan mágico y desbordante era puro invento del trocito de mí que desea vivir una novela de Megan Maxwell. Pero no fue así, pues volví a sentir, volví a vibrar, volví a mirarte con pasión, con curiosidad, con emoción. No te quería soltar, no te quería dejar ir, quería tenerte a mi lado por un tiempo interminable, quería irme contigo. 

    No te abrumes con mis palabras, no son más que mi terapia para quitarme de encima el peso de un injusto silencio. Yo sé que hoy en día lo mejor es guardar en el baúl más secreto, cualquier tipo de sentimiento que pueda invadirnos, desde el más trascendental hasta el más superfluo, todo para no horrorizar o parecer que carecemos de compañía y amor propio. Tampoco confundí lo que tú me ofreciste en esas horas en las que omitimos la existencia de un mañana, la necesidad de una promesa o la osadía de una exigencia. Pero me emociona admitir que sentí, que lo que dije fue sincero y lo que dí fue emotivo porque conecté, porque mis emociones eran reales, porque no tenía miedo, estaba llena de confianza y rebosando de alegría. 


Hoy, aún puedo escribirte, aún te recuerdo:
    No esperaba nada, jamás puse expectativas en tus brazos, solo agradezco a la vida y a ti por regalarme esta historia, por marcar esta etapa de mi vida con recuerdos indescriptibles. Fuiste fuego, paz, conexión, pasión. Admito que me habría encantado retrasar el final, tenerte un poco más, aún estando a miles de kilómetros de distancia. Como dice Elvira Sastre: “Ya sabes a lo que me refiero,  si pudiera  engañar a las coordenadas crearía un mapa donde solo cupieran tus dedos de los pies y esta necesidad mía de seguirte a todas partes”. Me habría encantado ser un lugar en tu mundo que te hiciera sentir abrigado, lleno de paz, en el que pudieras ser tu mismo, tuvieras un rinconcito para huir de las tristezas cuando te abordaran, ser una mano amiga y guía, ser oídos para escuchar desde tus secretos más íntimos, tus más puros deseos, tus historias mas irrelevantes, hasta tu silencio, pero también tener la capacidad para hacerme invisible en el momento justo en que quisieras huir, volar, estar en soledad, o solo contigo. Sí, eso habría amado ser. Me niego a vivir de encuentros rápidos, casuales, sin emoción, sin crear recuerdos, ni establecer conexión. Por eso lo nuestro para mí, aunque fugaz, no fue casual. Hoy solo respiro las cenizas!


“Día Nueve sin ti:
no te olvido,
pero hoy he vuelto a reír de nuevo
y he sentido un anhelo reconfortante al abrir la ventana,
como si el aire barriera los fantasmas de mi suelo.”

Elvira Sastre