martes, 4 de febrero de 2014

LODO CON AROMA A CAFÉ



Mañanas que arrebatan la sonrisa de quién ha tenido sueños esplendorosos de tardes con sabor a cerveza, juegos, besos, abrazos, miradas, café. Un café con sabor a él. Amanecer bajo lluvia que revela el destino de quién luchará una mañana contra esos temores profundos e invisibles de cargar con el peso de una limitante y ladrona de vidas.
 
Ella abre sus ojos y descubre en la mañana que apenas se está abriendo paso, la falta de luz causada por el colchón de nubes que se posa desgarrando sus lágrimas a borbotones; mira su reloj con la esperanza de que el tiempo aún le pertenezca para emprender la huida a esos fantasmas que parecen perseguirla pero descubre que le han ganado la carrera y que el tiempo y el clima hoy le revelan un camino de tropiezos.
 
Pone pie en tierra, enjabona su mente, humedece su camino, peina sus objetivos, maquilla sus limitantes y disfraza su sonrisa, da un beso que quiere irse consigo y recibe un conjuro en forma de cruz que aquel brazo le da con la intensión de protegerla con su caparazón de amor maternal. Parte. Se abre caminos entre el frio mientras espera con ansias que ese sol empijamado le regale su primer destello, pero… no le ve.
 
Continúa sobre las rocas tan lisas como sus sueños, expectante, y ahora ese aroma que ha sido tan suyo, ese que amaba como herencia de sus ancestrales campesinos, ese a tierra húmeda y naturaleza pura, a amanecer y vida hoy le huele a miedo y valentía, a dolor con caricia, a la fuerza de su debilidad; huele a barreras.
 
Desea regresar a esas cobijas que le suman coraje pero debe continuar, ellos la esperan, sus pupilos y sus compañeros, su deber; pero esperan esa euforia y esa sonrisa que hace parte de sus mañanas, sonrisa que hoy llega bañada de agua melancólica. Una que más que animarlos les sorprende y asusta, pues esa brillante sonrisa y mirada de sol hoy llega con el tiempo encima y una penumbra que le cuelga del bolsillo. Hoy su luz parece opacarse con esas nubes y ese tenue color del pantano que marea como la tristeza. Llegó. Ella llegó. Pero no tan ella.
 
Enternecida los miró y ahorró dos tercios de la historia y el tercio restante lo modificó a su antojo porque esa historia inventada era la que necesitaba creer. Única mentira que deseaba como realidad, pretendía que esa historia creada por su imaginación fuese la única portadora de la verdad absoluta que la acompañara hasta el fin. Por eso lo intentó.
 
Una caída, dos caídas, tres caídas, un pantano una moto un golpe una fuerza dos fuerzas tres fuerzas. Momentos tan fugaces que describirlos llena de vacíos la hoja o quizás su mente no desea recordarlos con detalles ínfimos, pues reviven el calvario de una lucha en compañía de nadie. Solo consigo misma llena de “no puedo” y “soy capaz”. Sola. Sola con la lluvia, sola con la tristeza, sola con sus lágrimas a punto de salir.
 
Cae por primera vez esa mañana, frente a frente con el lodo, sus manos detienen aquel sabor del pantano que deseaba ser degustado. 120 kilos sobre ella y fuerzas que por la adrenalina le ayudan a levantarse y levantarlo. Pelea con el absorbente pantano que pretende apoderarse de sus fuerzas y lucha con la impaciencia para mantenerse en pie en ese lugar donde comienzan a resbalar sus ánimos. Enciende motor y continúa.
 
Segundo golpe, se veía venir, una montaña de rocas enlodadas que amenazan con dejar por el suelo esperanzas desparramadas entre el desasosiego de una mañana enmarañada de derrotas (o triunfos?). De nuevo sus manos detienen lo que parecía ser una amenaza para su rostro. 120 kilos sobre ella? Ella sobre 120 kilos?. Su mente aún no desea recordarlo. Sus fuerzas ahora más desbaratadas. Se reclama, se recrimina, cree que podía evitarlo, deseaba haberlo evitado, no pudo evitarlo. De nuevo de pie frente al mundo, cubierta por ese olor que revestía sus entrañas de lágrimas que retenía, furiosa con esa lluvia loca que le hacía perder la cordura. Tan loca como esa lluvia que la envolvía. Enciende motor y continúa. Ésta vez segura de que la segunda era la última. Pero no.
 
Tercera caída, última caída, últimas esperanzas, última paciencia, últimas fuerzas, última sonrisa, última valentía, última última última.
 
Ésta vez ella sobre los 120 kilos desafiando la gravedad para no superar ese giro ya superior a 100° que advierte con sumirla en un vacío del que sola no saldría. Ella sobre esos 120 kilos, su pie frenéticamente ensartado en una abrazadora barrera. Su lucha ésta vez por la vida. Ahora sus fuerzas parecían tan insuficientes. Un grito desahuciado escapaba de sí, no lo lograba; ahora un gas inflamable rebasaba y caía sobre el suelo vecino. Ahora su cuerpo quedaba en un vacío enlodado que cubría sus pasos antes firmes hoy desechos. Un suspiro, el desaliento de la desesperación. Ella en una profundidad que dejaba el pesado rugidor al nivel de sus caderas. Como conseguir levantar ese monstruo? Una fuerza, dos fuerzas. Una más. La rodilla ahora flexionada intentaba ser el punto de apoyo que la intransitabilidad de la vía no le permitía obtener por otros medios. Otro grito, último aliento, última fuerza. Lo logró. Ahora gemían sus brazos pero no aquel motor. Dolor. Desesperación. Inmensa tristeza. Se sentía vulnerable.
 
Enciente motor y continúa? Ahora no, ahora no quiere, ahora no puede, ahora no tiene fuerzas. Se observa y lo observa. Ahora tan unidos por ese aroma, por ese tono, por ese lodo. Cubiertos ella y él. Ese monstruo. Su moto.
 
Abre su bolso, aquel empacado con mimo, saca un café aún caliente como única medicina que ahora podía reconfortarla. Un café. Un sorbo. Lo bebe, se baña con él y baña también al monstruo ahora color chocolate. Se funde el tinto con su color y su aroma con ese otro, ese que buscaba disipar y que ahora era tan penetrante y único. Lo odiaba. Odiaba el lodo, su tono, su aroma y ni siquiera ese café le regresó las esperanzas. Ahora si enciende motor y continúa.
 
Llega con su alegría rota, su sonrisa quebrada, su energía agotada, su vida jodida, su día hecho mierda. Fueron minutos interminables que ahora no la dejaban dar paso sin recordarlos. Todos lo notaron. Aquel color tan pútrido que la cubría contaba por si solo cada agonía. Era deprimente aquella imagen de ella y su monstruo. Allí terminó su travesía, hora de poner en remojo sus dolores y mandar por el filtro aquel manojo de nervios que la hacían suya y derramar a chorros aquel color que cubría de dolor el profundo arcoíris siempre suyo.

5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Solo quién es capaz de luchar por lo que quiere es capaz de levantarse en cada tropiezo. Solo quien está decidido a seguir adelante, lucha con todas sus fuerzas y aunque se sienta vencido y débil, toma fuerzas del universo para continuar su travesía. Pocas veces el camino es fácilmente transitable, porque entre más fácil sea el trayecto, menos satisfactoria es la victoria.

    El pasado ya está escrito, el futuro es incierto, pero el hoy es un regalo, y por eso se llama presente. Disfrútalo, y para la próxima no te gastes el tinto en la moto, más bien compártelo con alguien y ríete del suceso

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Una de las tantas cosas bellas de esta vida es levantarse cada mañana y saber que debes cumplir objetivos que tienen profundo significado para ti y para otros, objetivos que significan tropiezos y caídas, pero esa es la vida...caerse y volver a erguirse cada vez, una y otra vez, sin perder de vista lo que te hace feliz. Esa felicidad es la que encontrarás bajo tu arcoíris propio.

    ResponderEliminar